lunes, 1 de diciembre de 2014

Gaiatri



Creo en Dios, que está en todo y es Todo

Creo en la luz, que es buena y es Sol

Creo en los animales y en las plantas

y en el amor elemental, que rige toda sustancia

Creo en el ritmo puro y armónico que rodea el universo

Creo en el ser, que es Ser de Dios, y es Todo.















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domingo, 20 de julio de 2014

Pink Floyd y Tu Fu: una teoría de la amistad



A los amigos que siempre están.

Pocas obras de arte que yo recuerde testimonian el valor inestimable de la amistad. Muchísimas menos son aquellas que exponen la pérdida y añoranza de un amigo entrañable, ya ido. Entre éstas obras, particularmente, hay dos que, en este último tiempo, han dado vuelta por mi cabeza, con la constancia de un hábito. Se trata de un texto de Tu Fu, el poeta más sensible de todos los miles que ha dado la historia de China, y de un álbum de rock progresivo, atípico y brillante, Wish You Were Here (1975) de Pink Floyd.
Diversas circunstancias de la vida, en las que no faltaron la desidia y la ineficacia, me han llevado a perder muchos más amigos de los que conservo. Sospecho, entre otras cosas, que debe ser fruto de aquella dolorosa sentencia que afirma que sólo se pierde lo que nunca se ha tenido.
A pesar de la cruda verdad de esta fórmula un poco pesimista, fue otro incentivo, mucho más feliz y bienaventurado, el que motivó a Tu Fu a escribirle un poema a un amigo perdido, así como a los músicos de Pink Floyd consagrarle un disco entero a la figura emblemática del desaparecido Syd Barrett. Un disco que celebra la amistad en medio de la desolación de la vida moderna.
El desastroso paso del tiempo se muestra en todo su patetismo cuando los amigos de la edad de oro, ante el advenimiento de épocas más sombrías, se alejan. En algunas ocasiones no es un móvil egoísta el que provoca el distanciamiento, sino la dureza de la vida, intereses disímiles, caminos que se bifurcan.
Así como nuestros cuerpos envejecen, del mismo modo los afectos se agrietan, y se dispersan. Herido el pastor, las ovejas se dispersan, dice el libro de Zacarías.
Hoy que vivimos tiempos de una aceleración e individualidad deplorables, me detengo unos minutos para escuchar un album que habla hermosamente, como casi ningún otro, de la amistad, una forma de amor que cada día es más difícil encontrar, y releo, como recitando un mantra, este suave y delicado poema de Tu Fu, dedicado a todos aquellos que en el pasado y más aún en el presente, siguen avivando en mí el calor de la amistad:

UNA VISITA A WEI PA, LETRADO RETIRADO

En la vida es muy poco frecuente
que dos amigos vuelvan a encontrarse.
Tanto como la unificación de los luceros
de la mañana y de la tarde.
Esta noche es distinta
a las demás noches,
pues por fin pudimos sentarnos juntos
a la luz del mismo candil.
Juventud y energía,
¿Cuánto tiempo las tendremos?
Mi barba y mis cabellos
se están volviendo grises.
Cuando visito a los viejos amigos,
recuerdo que están entre los fantasmas
más de la mitad de ellos,
pero ahora que te encuentro
mi corazón se estremece.
¿Cómo podía saber que debería
aguardar veinte años
antes de volver a estar contigo?
La última vez que nos separamos
tú no estabas casado.
No esperaba encontrarte ahora
con una familia, con hijos.
Ceremoniosamente, y dando muestras
de alegría, presentan tus respetos
al viejo amigo de su padre,
y me preguntan de dónde vengo.
No habíamos terminado de contarnos
nuestras presentaciones
cuando ordenaste a los chiquillos
que trajeran el vino
y lo colocaran a nuestro lado.
Las cebollas relucen
con el rocío del atardecer,
y se las guisa frescas
con semillas amarillas.
Mi anfitrión me comenta lo difícil que es
celebrar un encuentro
y me pide disculpas
continuamente.
Después de diez copas
aún no estábamos bebidos,
sólo nos volvimos sentimentales
ante nuestros recuerdos.
Mañana nos separarán
las Colinas Occidentales
y las codicias del mundo
harán que nos olvidemos el uno del otro.

(siglo XVIII)

lunes, 12 de mayo de 2014

Sanatana Dharma

Una religión eterna, imperecedera, no anclada en ninguno de los episodios de la vida histórica del mundo, puede ser inmune a cualquier tipo de variación espacio- temporal.
Podríamos considerar que uno de los signos de la inafectada y permanente buena salud que goza la tradición hindú radica en que ninguno de sus textos canónicos revelados o tradicionales (ya sean shruti o smriti) poseen un autor específico, de carne y hueso. La metafísica hindú está orientada al bienestar y la realización de toda una tradición conjunta, no busca el perfeccionamiento o lucimiento de una de sus partes. Los sabios indios están totalmente integrados a la vida común y llana del pueblo. Su prédica, siempre dialógica, puede ocurrir en un palacio, en un bosque, o en las afueras de un villorrio. Casi nunca existe el marco de un templo, porque toda la realidad es templo y devoción. Donde todo es eterno no hay pasivos ni activos, cada uno existe en un mismo plano de espiritualidad y perfeccionamiento, inmerso en la siempre viva eternidad.
Es en occidente donde los doctos y religiosos deben tomar un distanciamiento respecto del entorno para poder exponer una doctrina, revelada desde un plano trascendente (Dios, un ángel, una profecía), hacia la inmanencia de un yo personal. En Oriente, tal disociación no es posible, porque Dios, el ángel o la profecía, habitan en el corazón de cada creyente, y él es a su vez Dios, ángel y profecía.
Tal vez, parte de la infelicidad que vivimos como occidentales, se debe a que dejamos todo arrojado a lo "histórico". Nuestras realizaciones más íntimas, así como también nuestras creencias (¿a quién que crea cabalmente podría importarle si el Jesús histórico tuvo hijos o si estuvo relacionado con María Magdalena?) están sostenidas por un suelo tan cambiante como cualquiera de los procesos biológicos de la vida terrena.
Cuando lleguemos a comprender que nuestra realidad interior es tan eterna como Dios, y que sólo los hechos fútiles y vanos son los que pasan a orillas de la historia, entonces nuestra felicidad será la misma que la de Dios y los ángeles, entonces la historia, nuestra historia, será lo que deba ser, eternidad.
"¿Cómo divinizar la vida que llevamos en el mundo? ¿Cómo conferirle un carácter sagrado? Desde el momento en que definimos la vida en Dios como diferente a la que actualmente llevamos en este mundo, abrimos una fosa entre ambas.  Esfuerzo, extrañamiento, angustia, se convierten entonces en circunstancias necesarias al movimiento que pretendemos desarrollar hacia esa vida ideal a fin de integrarnos a ella. Por el contrario, al afirmar la divinidad de nuestra vida actual, puesto que Dios está en ella, otorgamos al presente el color y la envergadura del Divino. Al afirmar la presencia de lo ideal en lo actual, se transforma el aspecto, el significado y hasta la misma naturaleza de lo actual." Swami Nityabodhananda

viernes, 11 de abril de 2014

La Unidad del mundo


No existe el azar. Nada es esencialmente fortuito. No existe la casualidad, ni en el más mínimo e insignificante de nuestros actos.
Fue nuestra filosofía, nuestro sistema cotidiano de pensamiento, el que nos hizo creer que, partidos para siempre entre un sujeto y un objeto, nuestra realidad puede estar signada por el caos, lo incoherente, la falta de un fin último. Es cierto que cuando pensamos en los términos que la percepción nos ofrece, cuando el objeto es un objeto que yo, como sujeto, lo percibo desde un exterior, las posibilidades (y sus acercamientos) pueden ser infinitas, como las matemáticas, o el diámetro del universo.
Pero cuando llegamos a ser concientes que todo lo que existe forma parte de una enorme y vasta Unidad, que Dios está en el más ínfimo cabello, así como también en el comportamiento laborioso de las hormigas, o en las curvas de una rueda, o en los colmillos de un murciélago, cuando somos concientes de que todo es parte de la Una y Misma Cosa, entonces tal disociación que produce nuestra percepción, el ser testigos de una realidad injusta, aleatoria y criminal, se vuelve lo mismo que nada, polvo, cenizas en el viento. Maya y su maravilloso velo.
El caos fantasmagórico de imágenes que nos asaltan a diario con una vertiginosidad ilimitada, no es más que eso; un tren fantasma, que corre con velocidad, y que intenta arrastrarnos hacia su ilusión.
Cuando somos concientes de nuestro origen, ningún sistema de representación puede afectarnos.
Todo es Karma y Samsara en el reino de lo ilusorio, suelen sostener hindúes y budistas. Pensar la totalidad en estos términos depara un grado enorme de felicidad, porque la realidad no depende ya de ningún factor externo, sino tan sólo de nosotros, de los actos que cometemos a favor o en detrimento de la misma Unidad. En este Uno se reunen toda plenitud, todo gozo y toda realización espiritual.
Tat Tvam Asi (Tú Eres Eso), manifiesta en tres palabras la Verdad del no-dualismo Advaita Vedanta, esto es: que nada existe fuera de nosotros (Atman), y que nosotros no somos otra cosa que un fragmento de lo Absoluto (Brahmán). Lejos de esta Unidad todo es mentira. Todas las posiblidades no remiten sino a una sola: ya no hay ni buscador ni buscado.
Estamos destinados a la dicha de la Unidad, y todo el resto -como Valéry escribió alguna vez- es literatura.


"Rico soy, he hecho lo que debe de ser hecho, libre soy de la garra del dolorido mundo. Mi propio ser es bienaventuranza imperecedera, estoy lleno de todo, por el favor del Yo.
Liberado soy, no tengo forma, no tengo distinción, no pueden ya más quebrarme; en perfecta paz estoy, e interminable; soy inmaculado, inmemorial.
No soy ni el que hace ni el que goza; no son míos ni el cambio ni la acción. Soy por naturaleza puro despertar. Soy el Solitario Uno, augusto para siempre.
Estoy apartado del yo personal que ve, oye, habla, actúa y goza; imperecedero, en lo más íntimo, sin acción; el ilimitado, sin ataduras, perfecto Yo despierto.
No soy ni esto ni aquello; soy hasta aquél que ilumina a ambos, el supremo, el puro; para mí no hay ni interior ni exterior, pues soy el perfecto, el Eterno sin segundo.
La realidad inigualada, sin principio, está lejos del pensamiento del yo y tú, de esto y aquello; soy la esencia una de la bienaventuranza imperecedera, el Eterno real, sin segundo.
Soy el Creador, soy el que pone fin al infierno, el que pone fin a las cosas que son viejas; soy el Espíritu, soy el Señor; soy el despertar sin partes, el testigo sin fin; para mí ya no hay más ningún Señor, ni yo ni mío."

Adi Sankara,
Viveka Suda Mani

martes, 1 de abril de 2014

Alberto Girri descubre a Lao Zi, variantes de una misma Tradición


El espíritu sopla donde quiere, dice el Evangelista. Nadie sabe a dónde va, ni desde dónde viene. Al igual que el Espíritu, la Verdad Tradicional puede provenir de lugares tan inhóspitos como la China de los Zhou, o la Buenos Aires cosmopolita de los años sesenta, y ambos ser dos reflejos de la misma Luz.

Lao Zi dice en el libro del Tao:

 "He oído decir que quien sabe cuidarse viaja sin temor al rinoceronte ni al tigre, y va desarmado al combate. El rinoceronte no encuentra donde hincarle el cuerno, ni el tigre donde clavarle su garra, ni el arma donde hundir su filo. ¿Por qué? Porque en él nada puede morir. (L)"

El espíritu que alcanza el Tao y recorre su sendero, está decididamente apartado de toda componenda mundana; los sortilegios del yo, y los temores típicos de la materia (la extinción, la disociación, la inestabilidad), se ven integrados y armonizados en la maravillosa unidad del Uno, que lo es todo, como en el Bhagavad Gita, donde la realidad entera no es otra cosa que Brahmán (verdad única del no dualismo advaita vedanta). Esta idea, innata a toda Tradición (Sophia Perennis) le permite a Alberto Girri, en 1963, en su departamento de la calle Viamonte, en pleno microcentro, reescribir (no epigonar, claro está), el idéntico proverbio taoísta:


CUANDO LA IDEA DEL YO SE ALEJA

De lo que va adelante

y de lo que sigue atrás,

de lo que dura y de lo que cae,

me deshago

abandonado quedo

del fuerte soplo,

del suave viento,

y quieto, las espaldas

apoyo en el suelo,

vueltas las manos hacia arriba,

corazón,

abjurando de armas, faltas,

de oraciones donde borrar las faltas,

blando organismo, entidad

que ignora cómo decir: Yo soy,

y en la enfermedad y muerte,

vejez y nacimiento

ya no encontrarán lugar,

como no lo encontraría el tigre

para meter su garra,

el rinoceronte el cuerno,

la espada su filo.


Antes hacía, ahora comprendo.


                                                                   Buenos Aires, Abril de 2014